Experimentos con el tiempo

Estas últimas semanas he estado haciendo un ejercicio para ser mucho más consciente del uso de mi tiempo. Empecé a usar una plataforma, Toggl, para poder medir en que gasto mi tiempo exactamente. Trato de documentar lo más posible si estoy en juntas, clases, proyectos personales etc.

A veces siento que trabajo mucho, pero realmente no estoy convencido al 100% de que estoy siendo productivo. A ver que tal me va con este experimento.

A parte, se me ocurre mezclar el uso de otras dos herramientas que en el pasado me ayudaron: Trello y Lucid Charts, junto con ideas de enfoque que vienen de leer The One Thing. En resumen, la idea es esquematizar mis prioridades lo más posible para tener el mayor impacto posible y usar mis recursos, en particular mi tiempo, de la mejor manera.

Sin embargo, todo está en función de entender el porqué y para que de las cosas que uno hace. De nada sirve planear si no se tiene claro un objetivo y aquí es donde he tenido dudas constantes por mi falta de enfoque, producto de querer hacerlo todo. Escribiendo esto, me doy cuenta que mejor debería armar otro post que hable sobre esto específicamente, y concentrarme en el tema del tiempo.

Así que hablemos del plan de ataque: la idea es primero filtrar mis proyectos usando un esquema de Ikigai. Aunque hay una infinidad de ideas, debo, por doloroso que sea, aprender a escoger y cerrar las puertas a otras ideas.

Dos, descomponer aquellas ideas de proyectos en tareas manejables y plasmarlas en Trello y Lucidcharts. Trello te permite hacer tarjetas que ayudan a dividir y categorizar las actividades clave. Lucidcharts, te permite hacer una serie de diagramas para visualizar como evolucionan los proyectos. Aunque he tratado de hacer Gantts en el pasado usando herramientas o templates de Excel y Google Sheets, la verdad es que es más fácil hacer unos diagramas “tontos” en Lucidcharts o herramientas equivalentes.

Tres, medir el tiempo usando Toggl, y hacer auditorías personales constantes para entender ritmos y tiempos. La realidad es que uno no puede y debe ser “productivo” todo el tiempo; el riesgo de quemarse y crashear es muy alto. La última vez que estuve ahí tuve una infección viral en el oído resultando en una semana de cama loca constante. Terrible.

Como me motivo

Uno de los temas centrales para hacer cosas es entender porqué las hacemos, y quizás mas importante, porqué no las hacemos. Lo que me ha servido es pensarme de manera mañosa. Me imagino constantemente descompuesto internamente en mis diferentes versiones; un niño, un adulto y un viejo que me habitan. El niño es el impulsivo, está lleno de miedos, inseguridades y angustias que contrastan con momentos de profunda felicidad. El adulto es sumamente crítico y disciplinado. El viejo es silencioso y mediador.

En lo profundo, soy inseguro, como me imagino muchas otras personas. Vivo en un estado de temor interno, una mezcla entre el miedo al fracaso y al éxito. Ambos se parecen en el efecto paralizante que pueden causar, pero generan diferentes excusas internas. Por una parte, el miedo al fracaso me hace dudar de mi mismo constantemente; entre más edad tiene uno, este miedo puede crecer si no se checa de manera constante. Las expectativas internas y externas pueden parecer apabullantes y son la leña de este miedo.

El miedo al éxito es más complejo. Yo lo siento como un temor a definirme. De nuevo, para mi este tema amerita todo un texto, pero en esencia me da inseguridad que la gente me identifique con alguna etiqueta específica, con algún tema o área de expertise. Por razones relacionadas mi niñez, tengo un patrón de conducta muy claro que me hacer buscar no encajar. (Aquí podría y debería escribir otra entrada entera.) El miedo al éxito para mi se manifiesta como una búsqueda de libertad creativa; es complicado para mi zafarme de el, porque una parte importante de mi identidad es la indefinición.

Para poder navegar entre estos dos miedos he generado muchos mecanismos que me han permitido lograr mis pequeños logros. Por una parte, para evitar el miedo al fracaso me pongo objetivos muy chicos que son fáciles de cumplir. Pum, disparos de dopamina rápida. He notado que postergo muchísimo cuando me vuelvo perfeccionista; es por eso que trato de constantemente repetirme que “hecho es mejor que perfecto”. Ya sobre la marcha es mucho más fácil editar, corregir y mejorar lo que sea, pero si no se comienza no hay manera.

Así que la clave es arrancar. Una vez que ya estoy en ritmo, no tengo bronca con seguir las cosas. Se vuelve muy placentero el proceso creativo y el miedo al fracaso desaparece.

Para combatir el miedo al éxito, creo que el tiempo me ha ayudado a entender que a nadie le importo tanto como creía cuando era más chico. Que las expectativas que yo creía que tenía de mi, y los demás, son construcciones. Todos vivimos preocupados por lo que piensan los demás y en el proceso nadie tiene tiempo para realmente preocuparse o pensar demasiado en el otro. Y eso es liberador.

Aquí, uno podría escribir toda una entrada sobre el efecto que las redes sociales han tenido en el quehacer (creativo y no creativo) de esta época, condicionando nuestras decisiones para maximizar nuestra validación social a través de unos cuantos likes. En gran medida lo que hacemos, creamos y consumimos, por lo menos hasta tiempos pre-covid, se moldeaba por decisiones semiconscientes de este proceso. Y mucho más conscientes en algunas personas que buscan de manera activa convertirse en influencers.

Obviamente me gusta la validación social, pero he tratado de evitar cambiar lo que comparto o hago con tal fin. Cada vez trato más mis redes sociales como historias personales para documentar mi vida, bajo la óptica de mi yo del futuro. Es decir, compartir lo que voy a apreciar ver el día que haga un scroll hacia mis memorias. Lo mismo con estos intentos escritura.

Si en el proceso otras personas aprecian lo que comparto, me da una gratificación más profunda, sabiendo que el intento es sincero por compartir algo que es valioso para mi.